Santorini (Grecia), pasando por Italia, Albania y Ohrid (Macedonia) Parte II

Tras recorrer las zonas rurales albanesas, bastante similar al paisaje castellano llegamos a la frontera con Macedonia (entonces llamada Antigua República Yugoslava de Macedonia y desde febrero del 2019 República de Macedonia del Norte), eso sí, no faltaron los despistes del navegador; las carreteras nuevas terminaron por volver loco al cacharro, tanto que ya no me daba indicaciones sino que me gritaba insultos por el intercomunicador, además los carteles indicadores, puntos kilométricos, etc. que habitualmente se ven eran muy escasos, quizá porque aún les había dado tiempo a ponerlos en las carreteras recién hechas.

Cosa Rara Albania
Ni idea qué es esto…. Tontería de un tipo rico y muy mal gusto

De hecho, una de las paradas que teníamos prevista hacer, no la encontramos y no hablamos de un árbol milenario, buscábamos una ciudad, Berat, la ciudad de los mil ojos. Se supone que era una parada dentro de la ruta marcada al navegador, pero la señorita que guiaba mis pasos, tras un buen rato por una carretera no reconocida, dejó de darme indicaciones del tipo «a 200 metros gire a la derecha…» y empezó a lanzarme mensajes como «gilipollas, que vas por un sembrao».

En fin, que no pudimos disfrutar del paraíso de los oculistas.

Tras algunos kms. de más, alguna vuelta atrás y algún improperio que el antivirus me impide publicar aquí, volvimos a encontrar la ruta planificada y enfilamos hacia la frontera, con la señorita de las instrucciones ya más calmada dándome las instrucciones correctas.

En la frontera, sorprendentemente, había más tráfico de lo esperado, pero la misma cara de mala hostia de los guardias albaneses y su insistencia en pedir mil papeles en un idioma ininteligible (supongo que al mismo nivel que mi español y mi macarrónico inglés). Esperando la cola de 3 ó 4 vehículos, aparecieron 6 ciclistas, parecían alemanes y alemanas (no me acusen de no utilizar el lenguaje inclusivo) y mayorcitos y sin ningún escrúpulo se saltaron la cola, se plantaron en la ventanilla y pasaron la frontera sin mirar atrás.

Por fin pasamos la aduana albana y la macedonia y entramos en ese país tan desconocido para nosotros pero del que habíamos oído hablar, sobre todo a la hora de la comida.

Día 4: Bari – Durrës – Ohrid, primeras impresiones de Macedonia, en contra de lo que pueda pensarse, no hay árboles frutales.

Lo primero que ves de Macedonia son sus guardias de la frontera, los cuales provocan un contraste agradable con sus homólogos albanos de careto agriado; eso sí, tienen la misma fijación con los papeles de la moto, seguros, pasaportes…

Ohrid

La frontera está situada en un paso de montaña cuya carretera desemboca en el lado noroccidental del lago Ohrid , que es uno de los lago más profundos de los Balcanes y uno de los más antiguos del mundo. Rodeando el lago llegamos a Ohrid, dónde lo primero fue buscar algo para comer, acuciados por los rugidos de nuestros respectivos estómagos que parecía mantenían una animada conversación.

Localizamos una especie de pizzería y otros bocados rápidos pero poco representativos de la comida macedonia y tras hacernos oír entre los rugidos comimos, bebimos y buscamos en el navegador nuestro destino.

A diferencia de otros sitios, me había sido imposible localizar visualmente el lugar en el que teníamos reservada la habitación para pasar la noche. Cuando preparo el viaje, en el google maps busco la dirección de los sitios para dormir y con el google Street localizo la entrada o el entorno del sitio, lo cual me facilita mucho encontrar el sitio a la llegada. Sin embargo, en este caso no lo había visto, la dirección la encontré pero con el Street no veía la casa, hostal o lo que fuese. Pensado que sería de reciente construcción o algo similar y que no estuviesen actualizadas las imágenes, llegamos al lugar indicado en el navegador y lo mismo: reconocí el lugar que había visualizado desde casa, pero por mucho que subíamos y bajábamos por la calle no encontramos nuestro destino.

No quedaba más remedio que pedir ayuda a algún lugareño, con lo que me acerqué al primero que ví y, no sin cierto pudor por mi utilización a todas luces penalizable del idioma inglés, pregunté por el nombre del hostal que buscamos mientras enseñaba el papel con la reserva en el que estaba impresa la dirección; todavía me pregunto si aquel señor entendió algo de lo que le dije y mucho menos de lo que le mostraba, ya que desconozco si solo utilizan el alfabeto cirílico o también el latino.

El caso es que nos señaló una callejuela y se marchó sin más. Tras apartar la moto de la calle y dejar a Elisa al cuidado del fuerte fuí a la callejuela y efectivamente había un hostal pero el nombre no se parecía en nada al que buscábamos. Vuelta a la calle al acecho algún otro transeúnte, por cierto escasos supongo que por el tremendo calor que hacía a esas horas.

Ohrid
Zona turística de Ohrid

Tras unos minutos inquietantes, apareció un chaval joven al que asalté sin miramientos. Resultó un tipo muy agradable que enseguida cogió el papel y me indicó que me acompañaba a preguntar por las casas de alrededor. Así lo hicimos y en primera puerta que llamó nos indicaron una escalera y allí, en la única puerta a la que se llegaba, la señora que abrió esbozó una sonrisa mientras asentía, con lo que con mi natural perspicacia deduje que habíamos encontrado lugar.

Resultó que no era un hostal sino una casa particular de 2 plantas que había acondicionado la planta baja para acoger turistas mientras que en la superior vivía el matrimonio que gestionaba el lugar. La planta-hostal constaba de 3 habitaciones, cuarto de baño y cocina; nuestra habitación era la más alejada de la entrada, pero tenía baño privado y salida directa al jardín. La casa estaba vacía, pero no hubiésemos visto a nadie porque entrábamos y salíamos por el jardín, dónde además de un pequeño huerto había espacio para aparcar la moto.

En pequeño pasillo al costado de nuestra habitación había un caño de agua cristalina, era una tubería de PVC de unos 6 cm. de diámetro del que manaba un chorro de agua con fuerza y caía en un piloncillo de aproximadamente un metro de largo por 35 cms de ancho y unos 40 de profundidad en que tenía refrescando unas botellas de refrescos. La señora señalaba el chorro de agua y graznaba una palabra algo así como «freda, freda» mientras hacía el gesto de acercarse la mano a la boca.

Callejuela de Ohrid
Callejuela de Ohrid

Toqué aquel imponente chorro de agua y efectivamente estaba frío, muy frío. Sonreí a la señora y la hice entender que no quería agua, lo cual era mentira porque me costó no zambullir mi cabeza en el pilón y/o abarcar con mi boca el caño de PVC para que aquel frío líquido regase mi reseco gaznate.

Sí, hacía mucho calor y ese chorro emitía gorgojeos que seguramente decían «bébeme, bébeme» pero en macedonio. Sin embargo, había llegado a un acuerdo con mis intestinos que consistía en que yo no bebía agua de fuentes desconocidas y ellos no me premiaban con una diarrea de 3 días.

Finalmente la señora se marchó, salimos a por la moto y la descargamos entre sudores, bufidos y maldiciones. Terminado el traslado de bultos no pude resistir más y tras murmurar «amebas, bacterias y demás bichos autóctonos, arrejuntad las patas que vais pa’dentro» me lancé a por el chorro de agua. ¡Qué placer! ese agua fresca y cristalina descendiendo por mi interior… Ya me pelearé luego con las posibles consecuencias.

Dimos una pequeña vuelta por la zona comercial de Ohrid compuesta de una calle principal y alguna callejuela adyacente, donde pudimos degustar alguna cerveza local y cuando llegó la hora de la cena, sospechosamente no tenía apetito y solo me atreví con la especialidad local: ensalada de frutas.

De vuelta a la habitación, recibimos la vista de nuestro anfitrión, Goran, que antes no estaba en casa y no nos conocía, aparte de que quería cobrar. Eso sí, una vez liquidadas las cuentas, nos obsequió con un licor casero típico de la zona y de todos los Balcanes: Rakja, es un aguardiente obtenido de la destilación de frutas fermentadas.

Macedionia
Manjar tradicional macedonio

No puedo decir si el licor estaba bueno o no, en el momento en que entró en la boca, quedó cauterizada cualquier cosa a su alcance; papilas gustativas, lengua en general, garganta, mi campanilla cayó repiqueteando por mi esófago, todo quedó insensible y desconectado del sistema nervioso durante el resto de la noche.

Eso sí, según llegó al estómago aquel mejunje caí en la cuenta que cualquier bicho que pudiese haber en el agua ingerida aquella tarde, sería irremediablemente extinguido. Una clara adaptación al medio por la evolución natural de los lugareños para sobrevivir en la zona bebiendo agua de un tubarro de PVC.

Tras tomarme el chupito de Elisa (poco dada probar rarezas locales, decisión claramente acertada en este caso) ya que a mi ya me daba igual, nos fuimos a la cama y nos dormimos de inmediato (algún día haré un estudio de la relación entre moto y libido).

En cuanto a Ohrid, decir que un lugar muy recomendable, en esta visita no pudimos más que pasear por la zona turística y el puerto, y solo con eso salimos encantados; en un viaje posterior ya estuvimos unos días y pudimos conocer todo lo que esta ciudad ofrece, que es mucho.

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