El Pireo – Santorini
Toca madrugar para llegar al barco con destino a Santorini; café soluble y frío en la habitación y la rutina de todas las mañanas, cargar bultos y llevarlos a la moto. Llegamos a la cola de espera para subir al barco tras algunas vueltas por la zona portuaria fácilmente evitables si pusieran algún cartel indicativo. Tras 7 horas y media llegamos al Puerto Nuevo de Fira y al salir del barco te sorprende la subida por una revirada carretera que escala el acantilado que rodea el puerto.

Santorini , junto a Thirasia y los islotes deshabitados Nea Kameni, Palea Kameni, Aspronisi y Christiana es un archipiélago volcánico resultado una gran erupción alrededor del 1600 ac. La configuración actual se debe al hundimiento de la caldera del volcán. Como toda isla que se precie, también hay opiniones que ubican aquí la perdida Atlántida.
El actual nombre de la isla debe a los mercaderes venecianos que la llamaron Santa Irene, que posteriormente evolucionó a Santo Rini y finalmente a Santorini. En 1840, con la integración a Grecia, se intentó utilizar el antiguo nombre de la isla Thera, pero no cuajó el nombre y se volvió al actual Santorini.
El alojamiento reservado estaba en Perissa, en la costa oriental de la isla; las llaves nos las daban en un restaurante en la playa del mismo dueño y como nuestros estómagos refunfuñaban hambrientos comimos allí mismo. Comida regular propia de un chiringuito de playa para turistas, aunque en cualquier sitio en Grecia hay algo que siempre está bueno: la ensalada griega o, en este caso, de Santorini que es igual que la griega, salvo que se utilizan tomates autóctonos (tomate cereza de Santorini, con denominación de origen protegida) y en lugar de queso feta, queso de cabra.

Los días que estuvimos en Santorini, por las mañanas, nos repartimos las tareas, Elisa se tostaba al sol en la playa mientras que yo me tostaba en chiringuito con cerveza griega muy fría. Las tardes recorríamos la isla, Fira y Oia son espectaculares con sus blancas casas colgadas en el acantilado. Lo malo somos nosotros, los turistas que copamos todos los rincones visitables.
Como ejemplo, la visita a Oia. Habíamos leído que la puesta de sol en Oia era imprescindible; a la vista de lo que había allí, otros 2 millones de personas (5 arriba o 5 abajo) habían leído lo mismo y todos estábamos en la calle principal del pueblo camino de una especie de plazoleta/mirador desde dónde se hacen «las mejores fotos». Ni pudimos acercarnos y a la vista de cómo estaban los alrededores, no creo que se obtuvieran buenas fotos desde el mirador, sobre todo porque lo más probable es que no se pudiese mover un dedo para apretar el disparador.

Finalmente no desviamos por alguna callejuela alejándonos del destino de la riada de gente y llegamos a las afueras del pueblo junto unos pocos renegados más como nosotros y desde allí, pudimos observar la puesta de sol sin tener que ponernos de acuerdo con el de al lado para respirar. Eso sí, la bruma nos jodió la experiencia.
Sin embargo, pasear por Oia fuera del horario de puesta de sol y por Fira es muy agradable; recorrer las callejuelas de esas ciudades colgadas sobre el acantilado, encontrar mil rincones para fotografiar, sus casas blancas a cual más bonita…. Si además quieres jaleo nocturno, no te va a faltar, sobre todo en las playas de la costa este de la isla.
Un clásico de Santorini son los burros y la escalada desde el puerto viejo a lomos de esos pobres animales. Señalar que los burros no son tales, son mulas, supongo que porque son más fuertes y resistentes que los burros y el tamaño de algunos visitantes aconsejan ese cambio.
Creo haber leído por algún sitio que alguna asociación animalista ya está apretando para eliminar esa actividad, lo cual no es de extrañar porque no se obtiene otro beneficio que el disfrute del visitante a costa del esfuerzo del animal, que por cierto no parecen excesivamente felices con su tarea. Además, el teleférico hace totalmente innecesario el trabajo de las mulas. Pero tampoco me atrevo yo a pedir la supresión de una actividad que será el sustento de mucha gente además de un atractivo reclamo de turistas y por tanto de ingresos económicos a la isla.

En fin, que bajamos andando por el camino que se sube en mula ( y nos cruzamos con unos cuantos chinos, como no, sonriendo sobre sus monturas) y subimos en el teleférico sin importunar a los animales. Entre la bajada y la subida se puede pasear por el puerto y visitar un montón de tiendas con recuerdos y artesanías de la zona; y como situación especial y divertida una pedida de mano por sorpresa (incluída la hincada de rodilla y el anillo, vamos, lo más típico de las pelis) a la orilla del mar frente a la terraza del bar en que dábamos buena cuenta de unas cervezas, que terminó con un sonoro aplauso de los que estábamos allí de público con el consiguiente sonrojo de la protagonista.
Como todo el mundo tiene teléfono móvil que graba videos, seguro que ha sido una de las pedidas más filmadas de la historia y todos los camarógrafos improvisados, incluido nosotros, fueron a pedir a los chicos su dirección de email para hacerles llegar sus grabaciones.
Empieza la vuelta atrás
Con estos días en Santorini llegamos al destino previsto y su fin marcaba inicio de la vuelta a casa. Teníamos el barco a las 15:30 y la llegada a El Pireo a las 23:15. Aprovechamos la mañana para las últimas visitas y encontramos un pequeño restaurante familiar muy acogedor con una comida buena, abundante y barata; supo bien después de unos días comiendo comida «turística».

El trayecto, como todos los barcos, aburrido sin más que reseñar que la manada de chinos haciendose fotos por todos los rincones del barco. Ya anochecido, tras unos bocadillos que llevábamos preparados, nos sentamos un rato en la cubierta superior y aunque hacía algo de fresco producto del aire que soplaba, aprovechamos para descansar un rato «arrebuñados» en las chaquetas que, en previsión, no habíamos dejado en la moto.
Jaleo típico del desembarco, entrada al hotel arrastrando los bultos y ya tranquilos propone Elisa tomar unas cervezas; los servicios del hotel ya estaban cerrados, pero sabían de las tardías llegadas de los barcos y tenían máquinas expendedoras de cervezas y refrescos. Sorprendentemente, preferí un refresco.
El Pireo – Kalambaka
La siguiente etapa era de unos 360 kms., nuestro destino era la zona de Meteora, Kalambaka concretamente, pero teníamos todo el día para ir tranquilos; buscamos un lugar para tomar café y unos bollos. Elisa desayunó bien, pero yo ni me terminé el café solo que había pedido. Despreciar una cerveza la noche anterior y no comer nada en el desayuno eran comportamientos contrarios a mi filosofía de vida.

Tras unos 80 kms., alrededor de una hora de viaje, por una ruta muy bonita y con buen asfalto, llegamos a Tebas, sí la de Edipo, el del complejo; entre el pueblo de Diógenes y este de Edipo, nos estaba saliendo un viaje de lo más sicológico. Atravesamos la ciudad y ya casi saliendo, al llegar un disco en rojo noté una sensación extraña en las piernas al estirarlas para posar los pies en el suelo, algo raro, pero sin darle mayor importancia, cuando cambió el disco, seguimos camino pero la sensación extraña empezó a invadir todo el cuerpo.
Unos minutos más por la calles de Tebas y la sensación extraña empieza a definirse como un cansancio infinito y por primera vez experimenté lo de la visión en tubo, de forma que solo era capaz de enfocar la zona central de mi área de visión. Menos mal que mi única neurona aún funcionaba, al menos en modo supervivencia, y me aconsejó parar lo antes posible; medio ví lo que parecía una gasolinera unos metros más adelante y sin dudarlo entré, pero estaba abandonada, allí no podría encontrar ayuda, así que sin parar salimos de nuevo a la carretera en busca de un lugar más adecuado.
El cansancio iba en aumento y mi preocupación también, tanto por la extraña sensación como por la limitada visión que disponía y pocos metros después de salir de la gasolinera comprendí que no podría mantener el equilibrio más tiempo, así que me decidí a parar en el arcén detrás de un camión que había un poquito más adelante.
Así lo hice, paré detrás del camión y le indiqué a Elisa por el intercomunicador que se bajase y pusiese la pata (había mirado hacia abajo para localizarla y extenderla con el pié como siempre, pero al inclinar la cabeza se me nubló la poca vista que me quedaba). Elisa, claro, no sabía qué pasaba ni entendía mi urgencia en que bajase y mucho menos qué coño tenía que poner. Ante su pregunta extrañada, respondí con un grito de urgencia repitiendo que bajase y pusiese la pata.
Elisa sin comprender nada y asustada por la urgencia que desprendía mi actitud, se bajó de la moto y puso la pata. dejé caer la moto, noté que estaba afianzada, me dispuse a descabalgar y …. caí redondo, me desmayé en la maniobra de levantar la pierna por encima de la moto.
Fueron solo unos segundos los que perdí la consciencia, pero cuando recuperé el sentido estaba de rodillas en el suelo con el cuerpo apoyado en la moto y con la mano izquierda aún agarrada al manillar; oía a Elisa hablarme y ví que alguien se acercaba. Era un chico que circulaba por la carretera y vio como caía y sin pensarlo se cruzó de carril (venía en sentido contrario al nuestro). Me ayudó a ponerme en pié y cuando se cercioró que me mantenía bien dijo unas palabras que no entendimos y se marchó. En un par de minutos apareció de nuevo en su ciclomotor con una botella de agua y un zumo.
Algo más recuperado, a duras penas entendía lo que me decía en inglés, pero no hacía más que señalar al camión y al moverme un poco pude ver que detrás del camión había un bar de carretera; estábamos a menos de 30 metros del bar, pero quedaba totalmente tapado por el camión y yo tampoco estaba para fijarme mucho.
Resultó que era un trabajador del bar. Me indicó que pasase dentro que había aire acondicionado y así lo hicimos. Estuvimos como una hora hasta que recuperé algo de mi condición de persona humana. Necesitaba una cama y descansar, a parte del mal cuerpo que tenía que me había hecho vaciarme por ambos orificios casi simultáneamente al poco de entrar al bar. Menos mal que los baños estaban correctamente indicados y no tardé en encontrarlos.
Elisa tiró de booking y reservó una habitación en un hotel de Tebas y en cuanto me sentí con fuerzas para circular con cierta seguridad nos dirigimos al hotel, me metí en la cama en cuanto pude y me dormí, dejando a Elisa preocupada, sin comida y sin poder comunicarse.
Pero no por mucho tiempo, en cosa de media hora, me desperté y a duras penas le pedí ayuda a Elisa para levantarme y recorrer los escasos 3 metros que me separaban del baño y allí exploté de nuevo, aunque en esta ocasión solo funcionaba la salida superior. Y empezó una curiosa rutina en la que vomitaba hasta lo que había comido el vecino y entonces me encontraba razonablemente bien, me metía en la cama de nuevo, dormitaba unos minutos y volvía a de nuevo a empezar. Incapaz de moverme necesitaba que Elisa me sujetase para poder dar un paso, vuelta a vomitar y ya podía volver a la cama por mi mismo.
Tras unas cuantas idas y venidas, en un momento en el que hasta entendía lo que me decía Elisa, me preguntó que a quién llamaba para que nos llevasen a un hospital. Coincidiendo con el inicio del viaje, había suscrito pólizas para ambos con una conocida compañía (de la que no haré publicidad, pero su nombre empieza por RA y termina por CE. Por cierto, señores de la empresa, contacten conmigo que seguro llegamos a un acuerdo y publicito su nombre en este escrito); se puso en contacto, les contó lo que ocurría y enseguida contestaron que iban a localizar un médico.
Quedamos a la espera. Yo tenía sed, era cerca de la hora de comer y todo apuntaba a que pasaríamos la noche aquí; como parecía que ya estaba algo recuperado, aunque seguía con un profundo cansancio, Elisa se decidió a salir a buscar algo de comer y beber. El hotel no tenía nada, no sabía dónde estábamos, no sabe inglés… pero consiguió encontrar comida y bebida rápidamente.
A la vuelta y tras beber un poco de agua, llamaron diciendo que el médico que podían enviar tardaría unas 5 horas, que mejor nos fuéramos al hospital más cercano. A duras penas y apoyado en Elisa bajamos a la recepción del hotel; la verdad es que se volcaron con nosotros, pidieron un taxi al que dieron instrucciones para que nos llevase al hospital.
Finalmente, la sospecha que me había provocado el rechazo de una cerveza y de un delicioso desayuno empezaba a dejar ser sospecha para convertirse en claros síntomas de algo, que espero descubran en el hospital. Entrar al hospital y llegar a la ventanilla de recepción fue el principio de unos días de lo más extraños; pero eso será la siguiente parte.