Santorini (Grecia), pasando por Italia, Albania y Ohrid (Macedonia) Parte V

No recuerdo absolutamente nada del trayecto en taxi hasta el hospital, ni cómo era la entrada, solo recuerdo acercarme a la ventanilla y empezar a farfullar en algo que yo pretendía que fuese inglés. No sé si la señora que me miraba con cara de asco no tenía idea de inglés o que lo que conseguía articular no era un lenguaje de este mundo, el caso es que empezó a erizar los pelos de los brazos y a agitar las manos señalando un pasillo y deduje que tenía que ir por alli.

Parece que acerté, porque no vino la seguridad a sacarme arrastras de allí. El caso es que había una especie de sala con algunos bancos, dedujimos que sería la sala de espera y allí me derrumbé. A los pocos minutos alguien vino a buscarme y me llevó a una pequeña consulta en la que cabía la camilla que había y poco más. Empezó el baile, termómetro, tensiómetro e interrogatorio.

Recuperado
Ya recuperado en la camilla de urgencias

Dudo que entendieran algo de lo que dije, pero a los aparatos anteriores añadieron un análisis de sangre y al cabo de un rato, una botella de algo por la vía, algo que seguro no era cerveza. Estuvimos un buen rato en el cuchitril en el que me metieron hasta que, supongo que con resultados del análisis, me llevaron a otro lugar indescriptible, a esperar que decidieran qué hacían conmigo.

A estas alturas, con lo que me había metido por vena, empezaba a ser humano de nuevo y empecé a mosquearme con una nueva extracción de sangre, los cambios en las botellas y yo sin entender qué coño me pasaba. El caso es que nos dicen que va a venir el director del centro, lo cual no sabía si era bueno o malo; bueno porque lo mismo me explicaba algo de lo que pasaba y malo por si lo que me tenía que explicar merecía la presencia del jerifalte….

Entre medias, llegó la de la recepción del hotel (una de las dueñas) a preguntar por mi estado; se portaron muy bien con nosotros en esta tesitura. Tras un corta charla, se marcha unos minutos y vuelve y nos dice que esa noche dormíamos en el hospital. Nos extrañamos mucho porque nos habían dicho que con los resultados podríamos marcharnos.

Sin embargo, cuando apareció el individuo responsable del hospital, mis preocupaciones médicas quedaron en suspenso mientras intentaba buscar la cámara, porque aquello tenía que ser una cámara oculta. Pelo escaso y largo desgreñado al estilo de nuestro Tamariz, pero totalmente negro, cara adusta y cejas fruncidas, bata de médico con mucha experiencia (la bata) a juzgar por las manchas de todo tipo que parecía que lucía a modo de medallas y una mala hostia de cuidado.

Me ladraba preguntas en inglés que tenía que pedir me las repitiese constantemente… el médico de urgencias que me había atendido intentó meter baza y recibió un gruñido en griego del jefe que hizo que se grapase la boca para el resto de la noche. Total, que tras un rato de esta amigable charla, dice que me ingresa (y por tanto confirma lo que me había dicho la del hotel), ya que al dia siguiente me harían más pruebas.

Cuando nos subieron a la habitación ya era cerca de las 10 de la noche; la habitación era de 6 camas de las cuales estaban ocupadas 3. Viendo a mis compañeros de habitación deduje que estaba en la planta de geriatría, incluso pensé que la habitación era para terminales, por el estado en el que estaban. Pues no me sentía tan mal como para colocarme allí……

Al poco, llegó una nueva compañera y estaba hecha una pena: no se movía, no hablaba, no hacía nada, únicamente emitía una especie de quejido bastante alto de volumen, como un ¡AAAAAh!, con una cadencia regular de unos 5 segundos; y así se tiró todo el tiempo que estuve en esa habitación, no durmió ni un 1 minuto, yo tampoco y el resto no sé si percibían algo del entorno. A media mañana del siguiente, la nueva compañera se durmió, por fin, y al poco a mi me llevaron a otra habitación de la misma planta, aunque en este caso, los ocupantes parecían estar en mejores condiciones físicas, pero sin exagerar.

Antes del cambio de habitación, alrededor de las 8, alguien llegó con el desayuno; por fin, porque con la tontería, llevaba desde la cena del barco con solo medio café y lo que tuviese en el cuerpo lo había vomitado. Cuando me pusieron la comida, casi lloro: una infusión y un paquete de 3 galletas. Algo me dijeron y quise entender que estaba a dieta pero parecía más a una tortura.

Ni la noche anterior cuando el ingreso, ni en el cambio de habitación nos dieron nada: un par de sábanas que estaban puestas en la cama y ya. Y cuando se me ocurrió preguntar por algo para ducharme, la enfermera no se descojonó por respeto. Total, que ahí estaba, con la ropa de hacía unas cuantas horas, sin una triste toalla para ducharme ni ropa para cambiarme, tirado en la cama de un hospital en vaqueros y camiseta y procurando no mirar a los compis, por no deprimirme.

Entre tanto, apareció por allí un enfermera, me sacó sangre y se piró; eso sí, sonriendo todo el rato aunque sin decir ni un palabra inteligible. Al rato, un médico intentó explicarme algo, pero no conseguí entender nada, salvo que si estaba tomando medicación. Le dí los medicamentos que estaba tomando confiando en que reconociesen los nombres que les estaba dando.

Primer zurullo
Primer zurullo con su acompañamiento

Con unas cosas y otras y algún que otro cabezazo tras la noche en vilo llegó la hora de comer; una sonrisa se plasmó en mi cara cuando oí por el pasillo el ruido del carro de la comida. Lo que tenía enchufado por la vía me estaba sentando bien, pero no tapaba el agujero que tenía en el estómago. En cuanto me llegó el turno y me dieron mi bandeja, la sonrisa desapareció dando paso a una mueca de sorpresa y casi asco; fue mi primer contacto con «el zurullo»; le pusimos ese nombre a la receta estrella del día. Sí, un zurullo en cualquiera de las acepciones de la RAE, eso me dieron para comer y no exagero, tengo pruebas gráficas. Pongo fotos de dos zurullos que me tocaron en suerte ese día.

Y el resto de la comida tampoco ayudaba: una especie de engrudo que simulaba a un puré de patata con muy poco éxito y nada de sal, un pedazo de queso (parecido al queso de burgos) que venía en un papel de plata (?), como si lo trajese de su casa la persona que repartía las bandejas, un melocotón que había conocido mejores días hace tiempo y finalmente un pedazo de pan, sin duda lo mejor del menú.

No soy quisquilloso para comer, de hecho me lance sobre el zurullo con una mezcla de temor y hambruna, pero en cuanto probé aquel manjar no pude evitar contar a mis compañeros de habitación…. estaban todos, pero eso no me dejó tranquilo. En cualquier caso, por pura supervivencia, me comí todo.

Segundo zurullo
También zurullo para cenar

Como lo que hubiese sido el origen del zurullo había dado de sí, para la cena, trajeron otro. Venía bien acompañado por un puñado de arroz más soso que un vaso de agua, un yogur griego ¡en tarrina y cerrada!, un melocotón con mejor pinta que el anterior y el consabido trozo de pan.

Total, que allí me retuvieron durante 3 días y sus correspondientes noches; primero que tenía los niveles de potasio y creatinina para inscribir en libro de los records, luego que si la glucosa en sangre, más tarde que los riñones…. En definitiva, cada mañana venía un médico y nos decía que otro día más…. Al final ya le le estaba cogiendo el gustillo a la comida, pero a Elisa no le hacía ninguna gracia aquél lugar.

Finalmente me dejaron salir y con unos cuantos papeles escritos en cirílico y los buenos deseos de las enfermeras de la planta (supongo que entre la novedad de ser «lo españoles» y que en la planta no había muchos pacientes con los que interactuar con alguna respuesta, se encariñarían con nosotros) nos marchamos al hotel y empezamos a gestionar la vuelta a casa.

Desayuno
Media tacita de leche para desayunar; sin despilfarros

Nos dejaron salir el día 15, viernes, a media mañana. Ese mismo día, por la noche, teníamos el ferry de Civitavecchia a Barcelona, así había que buscar otra opción. El lunes 18 yo empezaba en un nuevo trabajo y Elisa lo mismo al día siguiente; teníamos que volver como fuese.

La compañía que nos estaba dando soporte se portó bien y sobre todo rápido. Se encargaban de llevar la moto a casa y a nosotros nos metía en un avión. Pero nos pedía un documento que llamaban «Fit to Fly», un permiso médico para volar. Enviamos toda la documentación que nos dieron en el hospital, todo en cirílico, claro, y poco antes de la hora de comer nos dicen que el permiso para volar no está; se debía haber quedado en el hospital.

Cogimos la moto para volver rápido al lugar de tortura, perseguimos al personaje que hacía de director por el hospital hasta que dimos con él, nos llevó a su despacho y allí sacó mi expediente del «archivo»: una caja gigante de cartón en la que estaban revueltos un motón de expedientes. Nos dio otro papel lleno de signos ilegibles para nosotros; vuelta al hotel y a enviar el nuevo documento. Tras traducirlo en España, nueva llamada: eso tampoco es, es un resultado de un análisis.

A la vista de la urgencia y que el director del hospital no les atendía, nos proponen ir a Atenas a otro hospital para obtener allí el permiso. Al día siguiente, a primera hora llegaría un coche a recogernos para ir a Atenas. Dejamos la moto a la puerta del hotel, las llaves en la recepción y a Atenas en coche.

El nuevo hospital no se parece en nada al que ya conocemos, parece un hotel de 5 estrellas. Nos recibe una mujer muy bien vestida; parecía la relaciones públicas del hospital. Me meten en otra consulta, y al momento aparece una doctora bajita, fea y con cara de mala leche. Tras lo típico de la temperatura, la tensión y alguna tontería más, llama a la relaciones públicas y empiezan a discutir, en griego claro, no tuvieron el detalle de discutir en un idioma que pudiese entender algo. Finalmente la doctora se pira y la otra me explica que no quiere darme el permiso.

Algo más me dijo, pero solo entendí eso: no hay permiso. Se va también y me quedo flipando en la camilla hasta que unos minutos después aparece un doctor y empieza de nuevo el interrogatorio. Otra vez intentado explicar en inglés desde el principio lo que me había pasado y tras unos minutos sufriendo porque no era capaz de explicarme !el tipo empieza a hablar en castellano¡

Era uruguayo o chileno o algo así, el muy cabrón me había hecho sufrir con el inglés, supongo que seguirá riéndose. El caso es que me explica (ahora sí lo entiendo) que para darme el permiso me tienen que hacer unas cuantas pruebas, que me ingresan y al día siguiente por la mañana me lo dan si las pruebas dan buenos resultados.

Le explico que el lunes tengo que entrar a un nuevo trabajo, que el domingo solo hay un vuelo a España y que es a muy primera hora, que…. No me lo van a dar con los resultados del otro hospital, tienen que hacerme ellos los análisis que corresponda si quiero que me den el «fit to fly».

No podíamos esperar a mañana; hablo con mi hermana en Madrid que trabaja en estas cosas del viajar (aquí hay otro posible enlace publicitario para «monetizar» el blog, que dicen los entendidos. Quedo a la espera) y me consigue los billetes para el vuelo del domingo a primera hora y pido el alta voluntaria, tras consulta con la compañía; les parece bien; lo único es que ellos no pagan el avión, pero si los compro yo les puedo pasar el cargo una vez en casa.

Tras un rato esperando para firmar el alta voluntaria, nos vamos a un hotel (que pagará también la compañía), quedamos con el taxista para que pase a llevarnos al aeropuerto al día siguiente y el domingo 18 a la hora de comer estamos en Madrid contentos de haber escapado de las garras de la medicina griega, sobre todo por no haber pasado a formar parte del menú del primer hospital. La moto llegaría unos 15 días después con algún desperfecto, pero sin mayor importancia.

Ya estábamos todos en casa.

Con estas peripecias aprendí algo, que sigo poniendo en práctica: NO HAY QUE RECHAZAR NUNCA UNA CERVEZA NI UN BUEN DESAYUNO.

Parte IV
Albania
Camino de las montañas del sur de Albania.

2 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *